Mikel Laboa siempre me produjo la sensación de ser uno de esos tipos auténticos. Su obra no parece perseguir más intención que la de sacar lo que llevaba dentro y dejarlo expuesto. Siempre estuvo al margen de cualquier corriente.
Descubrí a Laboa hace años, con 'Baga-biga-higa', con 'Oi Peio Peio', un par de sus canciones más accesibles. El resto, entonces, me resultaba duro de asimilar, pese a haber recibido educación musical y estar acostumbrado a las obras de ritmos extraños del rock progresivo y sus discos-concepto.
Fue recientemente cuando, al encontrar algunos de sus discos en una liquidación, volví a descubrirlo. Encontré una música telúrica, que sale de algún lugar de dentro de uno. Unas canciones que te penetran hasta lo más hondo y allí despiertan algo que estaba dormido y olvidado, olor a sal, a musgo y humedad, a viento frío y a palabras antiguas.
La música de Laboa huele a verdad. No entiendo la mayor parte de sus letras, casi nada en realidad, pero reconozco que es probablemente uno de los que mejor han sabido desentrañar la difícil musicalidad de la lengua vasca. Quizá por eso sus músicas son extrañas, porque pone la música al servicio de la lengua. Al servicio total, pues durante toda su vida artística fue un abanderado de la cultura y la tradición de su pueblo.
Sin duda me fascina de Laboa su voz, su forma de cantar, y las ganas de experimentar que tuvo hasta el final.
Por fortuna grabó lo suficiente para tener una muestra representativa de toda su trayectoria, y ojalá, sería el mejor homenaje, no desaparezcan sus obras de los catálogos.
Ayer me enteré por casualidad de que había muerto. Lo sentí, porque al irse personas así parece que el mundo pierde algo.
1 comentario:
Laboa era único, especial y quién sabe si irrepetible. Además, era un tipo muy elegante.
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