Es posible que si prospera lo que estoy oyendo, se produzca un efecto en cascada de reivindicaciones por parte de multitud de colectivos de "creación".
Los modistos y empresas de vestiduras reclamarán, puesto que una prenda es susceptible de copia por una costurera doméstica con mediana habilidad, la aplicación de una canon a las telas al corte usadas para confección, las tijeras, el papel cebolla, el hilo, las alfileres y agujas, las máquinas de coser, las perchas y colgadores e incluso los armarios roperos que pueden servir para almacenar esas prendas copiadas fraudulentamente.
Los panaderos, sabiendo que existen hábiles plagiadores domésticos de sus creaciones, solicitarán que se cobre un canon en las harinas de panificación, las levaduras y la sal, en compensación por las "pérdidas" ocasionadas por esos desalmados que hornean pan clandestinamente en sus sofisticados hornos con pirolisis.
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Vale, es sacar el asunto un poco de madre, pero es que si tomamos los argumentos que se aplican a la música y los aplicamos a los libros, habría que gravar con un canon no sólo las fotocopiadoras, escáneres e impresoras, sino con toda lógica, y lo digo en serio, los lapiceros, plumas, bolígrafos y cualquier objeto apropiado para la escritura, así como folios, cuadernos, libretas, y cualquier superficie sobre la que se pueda escribir y archivar. Si los consumidores (como al parecer nos denominan los creadores) somos tan malvados, habrá que suponer que lo somos hasta el punto de tener la paciencia suficiente para copiarnos un libro y así evitar pasar por caja.
La verdad es que no sé si estoy a favor o en contra del famoso canon, que ya estamos pagando en más artículos de los que la gente piensa. De lo que sí estoy en contra es de que me tomen, en tantos asuntos, por lerdo; de que no me expliquen cómo se reparte ese dinero recaudado, cuánto y a quién se le entrega. De que no me expliquen cómo le hacen llegar a Jack Johnson el euro que le corresponde por los cinco cedes que he usado para grabarme su discografía. ¿Cómo se reparten el botín? ¿Recibe más el que más vende porque se supone que su éxito le convierte en el más pirateado? ¿Recibe más el que menos vende porque le piratean tanto que no vende originales? ¿Controlan cuál es el disco más descargado en P2P y liquidan a tanto el megabyte?
De esta situación son tan culpables las sociedades de autores (todas), por su falta de transparencia, como los políticos, que en estos asuntos se comportan como auténticos paletos que no saben de lo que hablan, y la verdad es que cuando se les escucha, efectivamente, dan toda la impresión de no saber de lo que hablan; tocan el tema porque oyen un run-run de fondo y se apuntan a lo que esté de moda. Mi reino por un voto, diría hoy Ricardo III.
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