sábado, septiembre 06, 2008

Smash the mirror

A poco que me ponga a hacer memoria, en seguida me vienen a la mente unas cuantas películas que no serían lo mismo sin la música que las acompaña (dejando aparte, por supuesto, los musicales).
Me refiero a películas en las que la música se convierte en una personaje más de la historia, con esa capacidad que tiene de entrar como en vena, directa al sentimiento.
Hablo de El Piano, Camino a la Perdición, Una Historia Verdadera, Hero, El Último Mohicano, Paris-Texas... músicas evocadoras, emotivas, (con su algo de melancólicas, ahora que las veo todas juntas), que a menudo me han hecho desear que la vida tuviera una banda sonora así.

Con el advenimiento de los reproductores que la mayoría denomina -muy mal- como mp3, ese deseo se acercó a hacerse realidad. Claro que existían el walkman y después el discman, pero su volumen y peso, y la duración relativamente corta de las cintas o los CDs de audio limitaba sus posibilidades de uso. De pronto aparecen estos reproductores diminutos, ligeros, sin partes mecánicas (sin atascos, sin saltos de pista...), y con capacidad de almacenar más música de la que la batería permite reproducir. En pocos minutos uno puede componerse la banda sonora para la jornada, incluso con alternativas según vaya evolucionando el día. De pronto esa melodía que Angelo Badalamenti creó para acompañar en su viaje a Alvin Straight, nos acompaña de camino al trabajo, y podemos imaginar que ahí vamos, piano piano, entre maizales de Iowa.

Y efectivamente, en cualquier época en que el clima invite a caminar, aprovechando una de las ventajas de las ciudades pequeñas (antes se decía "de provincias"), voy a pie al trabajo, con mi banda sonora encima. Mes tras mes y año tras año, dándole a la vida ese toque que a veces me parece que le falta.

Hasta que ayer, o anteayer, uno de estos días, me enfrento a mi reflejo en un escaparate (gafas de sol, auriculares, gorra de visera), y se me desmonta la ilusión, porque resulta que la película a la que estoy poniendo banda sonora no es ninguna de esas historias que antes mencionaba, sino la del joven Walker





Ciego, sordo y mudo frente a todo lo que ocurre alrededor, sólo se expresa a través de un pinball, lo que en tiempos llamábamos la máquina del millón.

Y si me quito las gafas y observo alrededor, veo que somos muchos los que nos aislamos cuando podemos del "mundo exterior". Sin razón aparente, pues en realidad, en mi caso, no encuentro motivos objetivos para hacerlo, no hay nada que temer "ahí fuera", ni un trauma me ha encerrado en mí mismo como a Tommy Walker. Y pienso y creo que lo mismo sucede en los demás casos.

Se me ocurre que, en estos tiempos en que el cine vuelve tanto la vista atrás y rueda nuevas versiones de películas antiguas (y no tan antiguas), sería fácil caracterizar a Tommy: los ojos perdidos en la pantalla de su móvil, los oídos ocupados por unos pequeños auriculares con la música a todo trapo, la boca muda por pura incapacidad de expresar una idea de una forma siquiera mínimamente elaborada... y dando salida a lo que quiera que se lleve dentro a través del contacto con una máquina, antes un pinball y ahora una consola o un ordenador, pero siempre una constelación de luces y sonidos hipnóticos, que ayudan a no pensar, a no decidir.

Me huelo que debe resultar duro convertirse en adulto.

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